Tener ciertas altas capacidades intelectuales es una circunstancia personal que, desde un punto de vista psicológico-clínico, no se suele tener en cuenta ni, prácticamente, se conoce. Recuerdo mi primera visita al psicólogo. Le expliqué que creía que tenía problemas porque era demasiado inteligente. Su respuesta inmediata y automática fue que eso no era posible, que los problemas no podían venir de “ser muy inteligente”. Creo que era algo que no se había ni planteado.

Debo decir que, en aquel momento, intenté asumir esa posición. Pero con el tiempo, después de acumular mi experiencia profesional a mi experiencia personal, y después de estudiar y reflexionar profundamente sobre el tema, sé que no es exactamente así. Puede ser cierto que sólo por ser muy inteligente no aparecen los problemas, pero desde luego la inteligencia es un factor que influye en cómo la persona se siente en el mundo, para bien y para mal, y esta diferencia no se debería nunca obviar desde una perspectiva clínica y de intervención psicológica.

La inteligencia modula nuestra forma de entender el mundo y de sentirnos parte de él. Una inteligencia distinta proporciona una conciencia y unas necesidades de interacción distintas.

Por eso, los problemas personales y/o psicológicos tienen, cuando la persona tiene una alta capacidad intelectual, un componente especial que hay que entender y considerar.

Desde este punto de vista, ofrezco a otras personas con altas capacidades o que tengan la inquietud de poder tenerlas, servicios de psicología sanitaria y educativa (psicoterapia, diagnóstico, orientación, análisis personal) aportando a mi trabajo las ventajas de una posición especializada en altas capacidades y de la vivencia personal de esta diferencia.

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